IV. Moscas y Cartas

Ya había perdido la noción del tiempo; la verdad, no era algo difícil en aquel lugar. Mientras Maya lo tenía meditando, se había atrevido a abrir sólo una vez los ojos, y vio que era de noche nuevamente, aunque sólo los abrió un segundo, pues Maya lo notó de inmediato. Maya lo había despertado, y luego de comer otro caldo con sabor extraño, lo hizo sentarse en la arena de la playa, cerrar sus ojos y tratar de no pensar en nada. ¿Era acaso eso posible? Ein solo sabía que llevaba un buen rato intentándolo, pero seguía pensando en sus amigos; no sería tan fácil para Maya alejarlos de su mente.

– Muchacho, suficiente por hoy. Además ahí viene Morrison; debería tener tu cama dentro de ese bus.

Ein abrió sus ojos y se levantó, y tal como lo decía la anciana, a lo lejos se acercaba el bus rojo. Morrison bajó de él, cargando un colchón y unos cobertores.

– Siento la tardanza, pero en todos los templos tenían algún problema por resolver. ¿Que tal te va con la meditación, Ein?

– Podría irme mejor, supongo. ¿Tomará mucho tiempo dejar de pensar en… bueno, pensar en algo?
– En este lugar será todo bastante más rápido, créeme.

Maya los llamó a comer, y los tres se sentaron alrededor de la mesa. El Templo Rojo estaba hecho totalmente de madera, y aunque era pequeño, era bastante alto; debía tener más o menos tres pisos.

– Morrison, ¿dónde están mis amigos?

– Pues según lo que supe esta mañana, Blas se encuentra en el Templo Amarillo, y Naomi está en el Templo Blanco. Aunque no los vi, te puedo asegurar que están bien, en ningún templo ha habido muertes aún.

– ¡No asustes al chico así, Morrison! – dijo Maya mientras golpeaba nuevamente a Morrison con su bastón. Morrison comenzó a reír, y luego se levantó.

– Siento tener que irme, pero Raúl me espera. Nos vemos.

Ein aún no sabía quién era el tal Raúl, pero no quería preguntar, pues las dos veces que Morrison lo mencionó, Maya fruncía el ceño. Cuando terminó de comer, miró a Maya esperando instrucciones; seguramente lo iba a tener toda la “tarde” meditando. Para sorpresa suya, Maya le entregó dos palitos chinos y un frasco.

– En ese frasco hay tres moscas; ábrelo, y luego atrápalas con los palitos. No te preocupes, no son moscas reales. Son un hechizo, en cuanto las atrapes desaparecerán. Si logras atrapar una de esas moscas, te dejaré visitar con Morrison a uno de tus amigos.

Ein no sabía que pensar sobre eso. Por un lado le acababan de motivar de una manera excelente, pero, ¿qué tan raro sería atrapar esas moscas con palitos chinos? Además, ¿cómo le ayudaría eso para lograr hacer magia?. Al destapar el frasco tal como dijo la anciana, volaron tres moscas desde el, aunque no se alejaron mucho, y además iban bastante lento. Ein tomó los palitos e intentó atrapar una. En cuanto tomó los palitos, las moscas comenzaron a volar mucho más rápido, y cuando acercaba los palitos le era aún más difícil, pues éstas volaban más velozmente todavía.

Ein vio pasar el día y la noche varias veces mientras intentaba atrapar a las moscas. Intentó concentrarse, pero tampoco funcionaba. A veces, cuando estaba a punto de atrapar a una, estaba casi seguro de que ésta casi desaparecía de lo rápido que volaba. Maya se sentó a su lado y comenzó a tomar un té.

– Tomas muy bien los palitos, Ein. ¿Acostumbrabas a comer comida china en casa?

– Sólo cuando le tocaba cocinar a mi hermano, es un bueno para nada en la cocina – Ein respondió casi jadeando, estaba bastante agitado tratando de atrapar las moscas.

– Sé de lo que hablas. Raúl no puede hacer nada bien, nunca. Lo único que le resulta es jugar con su espadita.

– ¿Raúl es su hermano?

– Sí, aunque él es menor que yo por un minuto y cuarenta segundos. Somos mellizos.

En eso entró Morrison al templo. Venía con una bolsa grande de cuero. Al ver las moscas solo sonrió y se sirvió un té.

– ¿Qué le prometiste si las atrapaba, anciana Maya?

– Deja de llamarme anciana. Le dije que podría ver a uno de sus amigos.

– No deberías decirle mentiras, sobre todo cuando es imposible atrapar a esas moscas.

Ein miró con enfado a Maya. Si era realmente imposible atraparlas, ¿por qué le habría hecho perder el tiempo con eso?. Maya pareció adivinar sus pensamientos. Le quitó los palitos, y con un movimiento muy rápido atrapó a una de las moscas.

– He traído el correo. Por cierto, éstas son para ti, Ein – Morrison sacó de su bolsa dos papeles doblados y se los entregó. Ein reconoció la letra de ambas cartas: eran de Naomi y Blas.

– ¿Desde cuando tenemos correo? – La anciana Maya parecía enfadada.

– Oh, pues… Antonia insistió tanto que Raúl lo permitió.

– Siempre tan débil con las chicas.

– ¿Y yo puedo escribirles a ellos? – Ein estaba emocionado al poder saber de sus amigos.

– Pues, la verdad no. Las reglas dicen que bajo ningún motivo pueden dejar los templos, por lo que decidimos hacer este sistema para que se comuniquen, pero solo lo harán cada dos semanas. Lo que pasó es que yo debería habértelo dicho cuando vine en la tarde, pero olvidé hacerlo; y como Maya tampoco sabía, pues perdiste tu oportunidad. A Ein se le ocurrieron miles de palabras para decirle en ese momento a Morrison, pero mientras éste último iba hablando y disculpándose, también iba retrocediendo, hasta que salió del Templo Rojo y corrió hacia el bus. Maya comenzó a reír. Ein se resignó, ambos salieron a ver como se alejaba el bus rojo.

– Si las reglas dicen que no puedo abandonar el Templo Rojo, ¿como ibas a dejarme ver a mis amigos, Maya?

– Sabía que no podrías hacerlo la primera vez, nunca apuesto a menos que esté segura de que ganaré – dijo Maya mientras reía – Pero el día de hoy no fue una completa pérdida de tiempo. Si no me crees, ve a tocar el identificador nuevamente.

Ein sólo quería leer las cartas de sus amigos, pero fue hacia el identificador y puso su palma sobre él. Nuevamente brilló de color rojo, pero ésta vez un poco más intenso de lo que él recordaba.

– Cuando tu entrenamiento haya terminado, tocarás esta piedra y se volverá roja por completo, no será sólo un resplandor saliendo de ella. Pero debo advertirte, que al ser un mago rojo, debes entrenar el doble; además de magia, debes aprender a usar la espada.


A Ein le emocionó esa idea, ya que siempre había querido aprender esgrima. Quizás esto de convertirse en mago rojo no era tan malo; después de todo, él siempre quiso algún cambio en su vida.

III. El Templo Rojo

El sol era muy fuerte., Ein iba sentado en la parte de atrás del automóvil, intentando ver el paisaje de su nuevo hogar; su hermano Eric estaba sentado junto a él, con una cara de emoción enorme. Por fin no compartiría más su habitación con su hermanito de 7 años.

– Hemos llegado, esta es nuestra nueva casa – anunció el padre de Ein mientras bajaba del auto. – Vamos, Valeria te va a encantar.

Del auto bajó una mujer muy joven y hermosa, que al ver la casa quedó encantada de inmediato. Era del tamaño perfecto, y tenía una atmósfera muy agradable. La casa nueva estaba junto a otras dos más; en un inicio deberían haber sido las tres primeras casas de un gran condominio, pero al irse a quiebra la constructora, sólo pudieron vender esas tres casas, cada una con un gran agregado de patio en la parte trasera..

Eric y su padre Isaac de inmediato se fueron a la entrada de la casa. Valeria miró a Ein y éste le habló de inmediato, casi adivinando lo que estaba pensando su madre.

–Yo me voy a explorar los alrededores. Quiero encontrar un lugar tranquilo donde Eric no me moleste mientras toco violín.

Valeria sonrió. Ein, su hijo menor era bastante esquivo a hacer amigos, siempre estaba solo en el colegio, y sólo se preocupaba por el violín, al contrario de Eric, que tenía muchos amigos y seguramente adaptarse en la nueva casa no le costaría para nada.

Mientras Ein caminaba, vio a dos niños jugando bajo un árbol, uno dibujaba en un papel, mientras la otra niña intentaba trepar el árbol. Ein se escondió tras un arbusto para verlos un momento y comenzó a imaginarse como se llamarían esos niños y cuanto se demoraría su hermano en hacerse amigo de ellos. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que los niños ya no estaban junto al árbol, si no que mirándolo fijamente.

– ¿Eres nuevo en la ciudad?– Preguntó la chica, que tenía el cabello azul y sus rodillas llenas de rasguños por tanto trepar árboles.
– Ella es Naomi y yo soy Blas, vivimos en estas dos casas de ahí al frente.
– Yo me llamo Ein, y acabo de mudarme a la tercera casa, así que seremos vecinos.
– ¡Eso es genial! Ahora si podremos jugar algo entretenido – La chica parecía muy emocionada.
– ¿Te refieres a que mis juegos no son entretenidos?
– No es eso Blas, pero mientras más mejor, y jugar a las escondidas entre dos no es entretenido.

Ein siguió hablando con sus nuevos amigos toda la tarde, y cuando su madre lo fue a buscar se sorprendió al verlo tan feliz con otros niño. Al parecer a todos les haría bien el nuevo cambio de casa.

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Morrison lo miraba fijamente, aunque con una expresión que no le había visto antes. Era una perfecta combinación entre desconcierto y a la vez preocupación. Habían subido nuevamente al autobús, ésta vez sólo ellos dos. Ein no se dedicó a mirar el paisaje, si no a tratar de asimilar los hechos ocurridos en las últimas horas. El instituto en ruinas, sus amigos en algún sitio supuestamente cercano a él, y aunque no le había dado mucha importancia, el hecho de que ninguna piedra brillara al ser tocada por él también le preocupaba un poco.

– “Parada numero cero, templo rojo”–.
– Muy bien Ein, hemos llegado. Antes de bajar sólo quería decirte… bueno, suerte.
– Gracias Morrison, supongo.

Suerte. ¿Por qué habría de desearle suerte? Ein sólo vio como Morrison se bajaba y lo siguió. Al bajarse se sorprendió de inmediato, estaba amaneciendo.

– ¿Cuánto tiempo estuvimos dentro del bus? ¿Cuando nos subimos estaba oscureciéndose?
– Haz traído un jovencito muy observador Morrison. Veamos si es verdad que él hace brillar la piedra y si no tendrás que llevarlo de nuevo por todos los templos.


Desde una casa muy pequeña había salido una anciana, con un bastón en la mano derecha, cabello blanco hasta sus rodillas, bastante encorvada, y con una gran sonrisa. Nuevamente junto a la casa había una estatua de piedra. Ein se acercó y notó como las miradas de la anciana y de Morrison estaban sobre él, eso no lo tranquilizaba para nada. Colocó su mano sobre la estatua, y luego de un momento la tocó con el dedo índice. De inmediato ésta se iluminó con un tono rojo y una gran sonrisa se dibujó en la cara de Morrison.

– Así que por fin tenemos un mago rojo, y yo que pensaba que eran solo inventos tuyos, anciana Maia.

– No me faltes el respeto, me conservo muy bien para los años que tengo – dijo la anciana mientras le daba un pequeño golpe con el bastón a Morrison en la espalda. – Dime cariño, ¿cuál es tu nombre?

– Su nombre es Ein, Maia. Es el chico que se desmayó.

– ¡No te le pregunté a ti! – Maia volvió a golpear a Morrison con el bastón, esta vez en la cabeza y muy fuerte – Ven Ein, de seguro tienes hambre y querrás preguntar cientos de cosas. Estoy emocionada, desde que le enseñé a este burro de Morrison que no tenia ningún alumno.

Ein sólo se limitaba a asentir con la cabeza, la verdad es que estaba tratando de ordenar las preguntas mas importantes primero y también se preguntaba qué diablos era un mago rojo.

– Anciana Maia, yo me marcho. Tengo que dejar el bus en su lugar y hablar con Raúl – Morrison lo decía mientras se subía al autobús, sabía que se ganaría otro golpe por llamar anciana de nuevo a Maia – Hasta pronto Ein, y nuevamente, suerte.

– Que a ti te haya costado tanto el entrenamiento, no significa que al muchacho le pase lo mismo. Ah, y dile a Raúl que se aparezca por aquí o lo voy a matar.

La anciana Maia arrastró a Ein hasta el interior de la casa; en ella había un fogón, una mesa de madera bastante rústica y se veía el mar por una ventana. Luego de que Ein se sentó junto a la mesa, la anciana comenzó a servir un caldo en dos pocillos de greda.

– Lo mío no es la cocina, así que no esperes un manjar de los dioses, pero te saciara el hambre.
– Gracias, de verdad ya tenía mucha hambre – a Ein no le importaba mucho el sabor de la comida, había comido lo que preparaba su hermano Eric por tanto tiempo que cualquier cosa era buena para él.
Maia se sentó junto a él y comenzaron a comer. Por supuesto, no pasaron ni un minuto en silencio, Ein tenía demasiado que preguntar.
– ¿Dónde están Blas y Naomi?
– ¿Quienes son Blas y Naomi? Si son amigos tuyos y subieron a los buses, pues debiste preguntárselo a Morrison. – Maia advirtió la cara de descontento de Ein por lo que no demoró en seguir hablando – No te preocupes, él debería estar aquí mañana o pasado.

Ein miro por la ventana, y tal como se esperaba, estaba anocheciendo. ¿Es que acaso estaba perdiendo demasiado la noción del tiempo?

– Aquí el tiempo transcurre mucho más rápido que de donde tú vienes. De hecho, que no te sorprenda si algún día despiertas diez centímetros más grande de lo que eras al acostarte; ya te acostumbraras a que anochezca y salga el sol en cada momento.

Maia había adivinado exactamente lo que quería preguntar. Siguió bebiendo su caldo mientras miraba por la ventana. Este de verdad sabía salvaje, aunque en un lugar tan raro como ese la comida no podía ser normal. Cuando terminaron de comer, Maia fue hacia una escalera que llevaba al segundo piso de la casa, bajó con un montón de paja, y se la entregó a Ein.

– Esta será tu cama, y mañana comenzaremos tu entrenamiento. Obviamente dormirás horas normales y no una noche de aquí.
– ¿Por qué soy el único en este templo abuela Maia? – Ein no podía entender como sería su entrenamiento, y para qué lo iban a entrenar, pero de seguro hubiera sido mejor si no hubiera estado solo.
– Primero, si me vuelves a llamar abuela, dormirás afuera. Sólo llámame Maia. Segundo, tu no eres cualquier persona, ¿no es así? Estoy segura de que en el instituto te iba bien en todo sin ningún esfuerzo, nunca sobresaliste en nada, sólo te iba bien en todo. Seguramente el instituto te parecía lo más aburrido del mundo. Pues bien, todo eso y algunas otras cosas te hacen diferente del resto. Aunque no creas que recibirás un trato especial, al contrario, tu entrenamiento será por lo menos tres veces mas duro que el de los demás.
– ¿Para qué nos entrenan? Es decir, ¿qué vamos a hacer unos chicos como nosotros contra esas bestias que atacaron el instituto?.
– Oh, eso ya lo verás, créeme. En menos de lo que piensas estarás usando magia como si la supieras usar desde toda tu vida. Ahora a dormir, cuando despiertes tendrás que comenzar con tu entrenamiento.

Ein se acomodó como pudo entremedio de la paja que Maia le había dado y cerró los ojos pensando que dormir sería casi imposible con tanto en la cabeza, pero en el instante en que cerró sus ojos, su cerebro se apagó de inmediato.

II. Éxodo

– ¿Hace cuanto que no sale de su casa?

– Una semana, Eric dice que no habla, solo esta ahí, mirando el jardín…

Naomi y Blas, estaban realmente preocupados por su amigo Ein, hacia un poco mas de una semana, los padres de Ein salieron en su bote, y como era costumbre Ein fue hasta el muelle con ellos, pasaron las horas pero sus padres no volvieron, cuando Naomi y Blas, convencieron a su amigo para volver a casa, este tenia una expresión de desesperanza en su cara, siempre que sus padres insistían en salir a la mar aunque sea con tormenta, el no podía estar tranquilo. Finalmente ese día se quedo dormido mientras esperaba sentado en la puerta de su casa, Eric, su hermano mayor, solo se dio cuenta de esto muy entrada la noche, al otro día dieron aviso a las autoridades, pero no había ni rastro del bote.

Cuando Naomi y Blas se decidieron a entrar a la casa, se encontraron a su amigo tal como lo dijo Eric, callado, mientras miraba el jardín, pero para sorpresa de ellos, comenzó a hablar.

–Creo que tendré que cuidar yo del jardín, por lo menos hasta que vuelvan mis padres, no quiero que ellos, al volver lo encuentren con todos los frutos secos.

Se agacho y comenzó regar cada una de las plantas, como había visto hacer a sus padres desde que tenía memoria. Blas se dio cuenta que no solo el agua de la regadora caía al suelo, también las lágrimas brotaban y se deslizaban por la cara de Ein, Naomi se agacho, lo abrazo, y Blas se les unió, Ein trato de sonreír, pero no podía, algo en su interior le decía que ver a sus padres de nuevo seria muy difícil.

–Tú no estas solo en esto Ein, Naomi y yo siempre estaremos aquí par ti.

– Además tienes a Eric – Naomi se dio cuenta de inmediato por la expresión de la cara de su amigo, que tener a Eric era como no tener a nadie. – Aunque no salga muy seguido de su laboratorio, el se preocupa por ti. Vamos tócanos alguna pieza en el violín.

– Pues, tendrán que esperar por que de verdad quiero trabajar en esto.

Blas y Naomi se dieron cuenta que Ein ya estaba mas tranquilo, así que simplemente se arrodillaron y comenzaron a ayudarle con el jardín.

– Saben chicos, si algún día ustedes llegaran a irse tal como mis padres, yo no descansaría hasta encontrarlos, nosotros seremos amigos para siempre.

Todo podría haber sido un momento muy especial, pero Naomi encontró la manguera del jardín y no encontró mejor idea que dar un refresco a sus amigos con ella. Blas y Ein todos empapados se miraron mutuamente y se lanzaron contra la traviesa de su amiga, la guerra de agua había comenzado.


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De pronto se despertó todo adolorido y exaltado, había un murmullo muy grande que hacía pensar que estaban todos a la espera de que algo pasara. Estaba sentado en la parte trasera de un autobús, miraba a todos lados y solo veía chicos de su misma edad, pero ninguno conocido. Estaba a punto de levantarse, cuando una voz se escuchó grave y fuerte.

“Parada número tres, templo verde” –.

Todos comenzaron a bajarse, él no entendía nada. Se levantó y caminó por el ya vacío autobús; al llegar adelante, en el lugar donde debería estar el chofer, estaba cerrado, y había una puerta. Trató de abrirla, el chofer sabría explicarle que pasaba ahí. Entonces una figura alta y encapuchada entró al bus, al verlo se sorprendió. Lo tomó del brazo y lo obligó a bajar.

-Qué bueno que ya despertaste, era incómodo cargarte hasta los identificadores. ¿Te sientes bien? Te diste un buen golpe contra el suelo antes de subir al autobús.

Entonces fue cuando a su cabeza vinieron de un momento a otro las imágenes ocurridas antes de despertar en aquel extraño autobús; pasaron muy rápido por su cabeza, el instituto, el temblor, las bestias, Blas, Naomi.

– ¡Blas! ¡Naomi! – Gritó tan fuerte como pudo. Ein no podía creer que ese golpe hubiese hecho que por algunos minutos se haya olvidado de sus amigos. Comenzó a mirar a todas partes, veía mucha gente, tenía que encontrarlos, saber que estaban bien.

–Ya cálmate. No sé a quien buscas, pero según mi lista no hay nadie llamado así en este autobús, quizás vinieron en otro. Por cierto ¿cuál es tu nombre? – El hombre encapuchado le hablaba mientras con una mano lo afirmaba como si temiese que Ein comenzara a correr en cualquier momento; con la otra mano veía un pergamino con nombres apuntados y algunos estaban tachados con colores amarillo y otros con color blanco.

–Me llamo Ein, ¿de verdad no están aquí Naomi ni Blas?

Ya te lo dije chico, seguramente ellos subieron a otro Autobús. Ahora cálmate un poco y síguelos a todos en la fila, luego te explicaré lo que pasa, tú no sabes nada por que estabas inconsciente.

Ein se colocó detrás de una larga fila, en la cual estaban todos los chicos del autobús. Su cabeza parecía que iba a estallar en cualquier momento, procesaba demasiada información. Comenzó a avanzar la fila, y todos murmuraban, mientras algunos se hacían a un lado, cerca de una casa vieja, que estaba construida de madera, y se veía muy roñosa. Entonces se dio cuenta que la fila los llevaba a una especie de estatua de piedra; vio como uno de los chicos se acercó, tocó la piedra, y ésta comenzó a brillar con un tono verde; el chico se acercó al grupo de la casa. A continuación pasó una chica, se le veía temerosa, pero al poner su mano también ésta brilló con el tono verde. Pasaba el tiempo, y Ein veía como ya estaba cayendo el sol.

Bien solo faltas tú Ein. Coloca tu mano en el identificador, sin miedo.

Ein se acercó, escuchó muchos murmullos, varios se habían dado cuenta que él era el chico inconsciente que había ido todo el camino en la parte trasera del bus. Finalmente Ein colocó su mano sobre la piedra, pero ésta no brilló.

Listo –dijo el tipo que lo había recibido abajo del bus, mientras revisaba un reloj de bolsillo- suban al bus rápido, creo que estamos un tanto atrasados.

Ein no entendía que ocurría, aún así subió nuevamente al bus, pero esta vez, comenzó a buscar alguna cara conocida, y para sorpresa suya, nunca en su vida había visto a algunos de los chicos del bus. Se sentó en el asiento trasero y miro por la ventana mientras el autobús entraba en marcha, los chicos que hicieron brillar esa piedra entraban a la casa junto a dos tipos. El lugar por el cual viajaban era por un lado una jungla espesa, muchas palmeras era lo único que se podía ver; por otro lado una playa enorme, por la cual ya se estaba yendo el último pedacito de sol, todo un paraíso tropical el cual seria ideal para vacacionar. Ein comenzó a recordar todas esas tardes junto a Naomi y Blas... Ojalá ellos estén viendo este hermoso paisaje, pensó para sí mismo. En eso se acercó alguien a él.

Ein, mi nombre es Morrison, y soy el encargado de este bus.

Morrison era un joven a punto de convertirse en adulto y vestía ropas bastante extrañas, parecían un disfraz para un festival medieval, tenía el pelo corto, y de color negro azabache, sus ojos del mismo color inspiraban calma y confianza. Llevaba capa azul, y unas botas de cuero. Luego de sentarse junto a Ein, siguió hablando.

Lo primero que te diré, es que tus amigos Naomi y Blas, también fueron reclutados, así que están alguno de los buses que están adelante. Nosotros somos el último bus, si ellos ya fueron asignados a alguno de los templos, quizás no los veamos en este momento, pero ten mi palabra de que están sanos y salvos.

Morrison, ¿en qué lugar estamos? ¿Qué fue lo que ocurrió en la escuela?

Bueno, pues, eso te lo explicarán cuando seas asignado; sólo te puedo decir por ahora que el mundo como lo conoces está en serio peligro, y ustedes han sido reclutados para salvarlo.
¿Salvar el mundo? Pero si solo somos niños, ¿Qué se supone que hagamos? ¿Qué lugar es este?

Ya te lo dije Ein, te explicarán más cuando seas asignado, y con respecto a eso, pues en este lugar cada uno se preparara en donde más sirva, por lo que los identificadores están asignándolos al lugar que pertenecen. Mira ya hemos llegado al siguiente templo.

Nuevamente Ein escucho esa voz grave y fuerte, pero esta vez se percató que no sabía de donde venía.

“Parada número cuatro, templo negro”–.
Morrison, ¿Esa es la voz del conductor?
No exactamente, aunque te acercas. Abajo te lo explico.

Morrison, comenzó a apresurar a los chicos para que bajaran; esta vez Ein no tardó tanto en bajar, y quedó bastante adelante en la fila. Esta vez la piedra brillaba con un tono opaco, aunque cuando él la toco, nuevamente no pasó nada.

Este templo era bastante mas pequeño que el otro, así también era el grupo que se quedó en este templo; al parecer los identificadores sabían escoger bien.

Morrison, ¿Y qué era la voz?
Pues verás, estos buses no tienen conductor, funcionan con un hechizo, y la voz es parte de este hechizo.

Ein quedó un tanto anonadado. Si, ya era raro todo lo que le había ocurrido en el día, pero ¿hechizos?, ¿en qué clase de lugar se encontraba?

¿Un hechizo? Entonces, tú eres una especie de mago.

Morrison rió, pero no contestó nada. Siguió tachando nombres de su pergamino, esta vez con tinta negra.

Ein, todo lo que quieras saber te lo responderán en tu templo, ya he dicho mas de la cuenta al hablarte del hechizo, por suerte no te asustaste y saliste corriendo al oír hablar de magia, eso ya es un buen comienzo.

Subieron al bus nuevamente, varios se despidieron de sus amigos por las ventanas. Ein se lamentaba de no haber estado en el mismo bus que sus amigos.

Muy bien, la siguiente es nuestra última parada, seguro están impacientes, pero lo obvio, es que todos hagan brillar el identificador del templo azul- Les dijo Morrison cuando el bus ya se había puesto en marcha, y nuevamente se sentó junto a Ein.

¿Cómo toqué el identificador mientras estaba inconsciente?
Ein creo haberlo mencionado, te tuve que cargar hasta el en los primeros dos templos.

Ein sintió un poco de vergüenza al imaginarse inconsciente, cargado por Morrison a vista de todos. Ya sólo quedaban diez chicos junto con él dentro del bus, ellos serían sus compañeros en el templo azul. Tuvo la intención de hablarle a una chica que estaba sentada sola dos asientos mas adelante que él, pero en ese momento volvió a sonar la voz.

“Parada número cinco, templo azul”–.

Esta vez Ein quedó nuevamente al final de la línea. Salió un tipo desde el templo y comenzó a hablar con Morrison, era un tipo enorme, y se veía muy fuerte. Tenía un par de cicatrices en los brazos, y una gran sonrisa en la cara.

Muy bien Ein, sólo quedas tú, toca rápido la piedra, que Roberto necesita que todos estén dentro del templo lo antes posible.

Ein se acercó a la estatua, era idéntica a las que ya había visto. Colocó su mano, esperando el resplandor de color azul, pero no ocurrió nada. Todos tenían caras de sorpresa, sobre todo Morrison. Roberto llamó a uno de los que habían pasado primero con la piedra y le pidió que la tocara. El resplandor azul fue inmediato.

El identificador funciona bien Morrison, ¿por qué este chico no la hace brillar? ¿No habrás cometido algún error?
No Roberto, no hay ningún error.
¿Entonces que significa esto?- preguntó Ein un tanto desesperado, aunque no entendía por qué.
Bueno, pues sólo puede significar una cosa…

I. Comienzo Final

Eran alrededor de las 3 de la tarde, y hacia un calor que golpeaba en las cabezas de todo aquel que se atreviese a pasar por la calle, por suerte, Ein se encontraba dentro de la sala de clases aun, y ahí estaba un poco más soportable. Echado sobre su banco, trataba de recordar un feliz sueño que había tenido hace noches, pero era de esos sueños que mientras mas tratas de recordar, más olvidas. Ein veía por al ventana, las colinas tras el colegio eran espectaculares para explorar, eran tres, mas allá de ellas se encontraba el mar, a sus padres les encantaba ir al mar, tanto así, que se arriesgaban e iban hasta cuando había tormenta, finalmente un día subieron a su barco y Ein jamás los volvió a ver en la costa. Fui muy triste para el quedar tan solo a su corta edad, pero su hermano mayor, cuidaba de el, bueno cuando podía, por que pasaba encerrado en su habitación inventando cosas nuevas, la fortuna que habían dejado sus padres podría mantenerlos a ellos hasta que tuvieran la edad y las ganas suficientes de hacer algo con su vida.

Para el profesor ya era normal ver esto, siempre que comenzaba su clase, no pasaban ni cinco minutos hasta que Ein se quedaba mirando por la ventana echado en su banco, si hasta en las pruebas lo hacia, y aun así le iba bien. Aunque esto le pareciera normal, no significaba que estuviera bien.

-Ein, podrías hacer el favor de atender, esta es una clase muy importante para el examen que viene, además allá fuera no ocurrirá nada.

Ein tenía el cabello naranja y hacia cualquier lugar, peinarse no era algo que entrara dentro de su rutina, había cosas mejores en que perder el tiempo, tenia 14 años, y adoraba tocar el violín, observar el cielo a todas horas, y algo que le relajaba mucho era cuidar del jardín que alguna vez sembraron sus padres cuando el ni siquiera sabia caminar. Para Ein era fácil relacionarse con la gente, y aunque se llevaba bien con casi todo el mundo, siempre hubo dos amigos que tuvieron un espacio más grande en su corazón, Naomi y Blas. Naomi tenía 15 años, el cabello largo y rizado, de color azul, y coleccionaba mariposas, aunque no las capturaba y ponía en un muestrario, las criaba en un invernadero en su casa, ya que tenerlas tras un vidrio muertas le parecía algo tétrico. Sus favorita, eran las Myscelia cyaniris azul, estas le traían hermosos recuerdos, ya que hace muchos años, Ein y Blas le habían obsequiado una. Blas tenía 13 años, el cabello corto y rubio, media por lo menos diez centímetros más que Ein, su gran pasión, era la pintura, cuando niño se dedicaba a pintar cuanto papel encontraba, y ahora ya joven le gustaba pintar paisajes, aunque los retratos le salían bastante bien, solo hizo uno, aun esta colgado en su cuarto, y según Ein este costaría millones algún día.

Pensar en sus amigos era lo que mas hacia Ein durante las aburridas clases, el colegio le parecía demasiado monótono para ser verdad, siempre se pregunto, si había algo mas allá, si algún día pasaría algo que cambiaría el rumbo de su vida. Aun quedaba 1 hora de clases, y ya solo quería marcharse, miro a su lado, y vio a sus amigos en las mismas condiciones, todo hubiese sido diferente si Blas o Naomi hubieran sido sus compañeros de clase, pero se diferenciaban por un año y no había forma de que quedasen juntos.

-…y luego esto es lo que produjo el evento que se conoce como…

Mientras el profesor daba su cátedra de siempre, todo podría haber sido una tarde de lo más monótona, de no ser por que en ese momento, comenzó a temblar. Aunque los temblores eran una costumbre en la zona, este fue bastante fuerte, Ein sintió como su pecho dolía, despertó de si mismo, y miro al cielo por la ventana, vio como este se comenzaba a nublar, si a nublar en pleno verano, y de nubes negras como las que jamás había visto, de pronto comenzó a sonar una sirena, y esto si fue raro, pues no había ningún simulacro de incendios pronosticado para aquel día.Todos salieron de la sala, y cuando vieron lo que ocurría afuera, quisieron volver de inmediato. Por todos lados, se veían rayos de luz surcando el cielo, animales y bestias enormes que el jamás había visto, salían de alguna parte, ya estaba casi la mitad del instituto destruido, de pronto vio como todos corrían en todas direcciones, el estaba a casi inmovilizado.

En algún momento los profesores comenzaron a dar órdenes y a trasladar a los alumnos a la parte trasera del instituto. Ein aun en shock vio que todos corrían a la parte trasera del instituto, autobuses rojos enormes estaban allí estacionados, y los estudiantes subían a ellos, de pronto su mente despertó y recordó a Naomi, seguramente estaría demasiado asustada como para reaccionar, salio corriendo a todo lo que daban sus piernas, corrió, y corrió, hasta que encontró a aquella chica de cabello azul, arrodillada en uno de los pasillos y sin moverse, se tomaba el tobillo, seguramente al intentar huir, tropezó y cayo, a su lado Blas no reaccionaba tampoco, justo del otro lado, una bestia enorme venia con un mazo dispuesta a destruir todo lo que estuviese a su paso. Ein corrió hacia a sus amigos tenían que salir de ahí en ese momento.

El resto paso en solo algunos segundos, vio una silueta pasar a su lado, un tipo unos 4 años mayor que el, se puso justo al frente suyo, llevaba ropas extrañas, traje azul y una capa que lo hacia parecer de algún juego ambientado en la edad media, saco una espada y con un golpe de esta desvió el ataque del mazo, desde lejos, una flecha llego en el brazo de la bestia, una silueta con un arco se preparaba para hacer un segundo lanzamiento, cuando el primer tipo le hablo.

-¿Que esperas?, llévensela de aquí, y ¡súbanse a los transportes!

-Pero que esta pasando – Pregunto Ein apenas respirando de susto.

-¡Ein! Solo corre.

Tomo a Naomi de un brazo, y corrieron a los autobuses, mientras corrían, Ein y Blas se dieron cuenta de que no había nadie ya en los pasillos del instituto, cuando por fin llegaron a los estacionamientos, vieron como los buses rojos se dirigían a las colinas, ya casi todos habían partido, uno que estaba en marcha comenzó a frenar, subió como pudo a Naomi en el, luego fue el turno de Blas, pero cuando el se disponía a subir, el bus comenzó a andar cerrando las puertas, Blas intentaba abrirlas a la fuerza, mientras Naomi intentaba abrir lo que parecía la cabina del chofer, Ein corría a un lado del autobús, pero este comenzó a acelerar, haciendo que Ein tropezara.

Cayo en el duro suelo, pensando que ese seria su fin, aun no asimilaba que acababa de pasar, logro darse vuelta para intentar ponerse en pie, pero no lo consiguió, el golpe que se había dado, mas el shock por los extraños sucesos que estaban ocurriendo, hicieron que su cuerpo se diera por vencido, se desmayo segundos después, sin saber que un ultimo bus se percato de su presencia, sin saber que acababa de pasar, sin saber como ese joven con ropas medievales sabia su nombre, y sin saber que ese bus no se dirigía a ningún lugar que el conociese ni podría imaginarse.

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