IV. Moscas y Cartas

Ya había perdido la noción del tiempo; la verdad, no era algo difícil en aquel lugar. Mientras Maya lo tenía meditando, se había atrevido a abrir sólo una vez los ojos, y vio que era de noche nuevamente, aunque sólo los abrió un segundo, pues Maya lo notó de inmediato. Maya lo había despertado, y luego de comer otro caldo con sabor extraño, lo hizo sentarse en la arena de la playa, cerrar sus ojos y tratar de no pensar en nada. ¿Era acaso eso posible? Ein solo sabía que llevaba un buen rato intentándolo, pero seguía pensando en sus amigos; no sería tan fácil para Maya alejarlos de su mente.

– Muchacho, suficiente por hoy. Además ahí viene Morrison; debería tener tu cama dentro de ese bus.

Ein abrió sus ojos y se levantó, y tal como lo decía la anciana, a lo lejos se acercaba el bus rojo. Morrison bajó de él, cargando un colchón y unos cobertores.

– Siento la tardanza, pero en todos los templos tenían algún problema por resolver. ¿Que tal te va con la meditación, Ein?

– Podría irme mejor, supongo. ¿Tomará mucho tiempo dejar de pensar en… bueno, pensar en algo?
– En este lugar será todo bastante más rápido, créeme.

Maya los llamó a comer, y los tres se sentaron alrededor de la mesa. El Templo Rojo estaba hecho totalmente de madera, y aunque era pequeño, era bastante alto; debía tener más o menos tres pisos.

– Morrison, ¿dónde están mis amigos?

– Pues según lo que supe esta mañana, Blas se encuentra en el Templo Amarillo, y Naomi está en el Templo Blanco. Aunque no los vi, te puedo asegurar que están bien, en ningún templo ha habido muertes aún.

– ¡No asustes al chico así, Morrison! – dijo Maya mientras golpeaba nuevamente a Morrison con su bastón. Morrison comenzó a reír, y luego se levantó.

– Siento tener que irme, pero Raúl me espera. Nos vemos.

Ein aún no sabía quién era el tal Raúl, pero no quería preguntar, pues las dos veces que Morrison lo mencionó, Maya fruncía el ceño. Cuando terminó de comer, miró a Maya esperando instrucciones; seguramente lo iba a tener toda la “tarde” meditando. Para sorpresa suya, Maya le entregó dos palitos chinos y un frasco.

– En ese frasco hay tres moscas; ábrelo, y luego atrápalas con los palitos. No te preocupes, no son moscas reales. Son un hechizo, en cuanto las atrapes desaparecerán. Si logras atrapar una de esas moscas, te dejaré visitar con Morrison a uno de tus amigos.

Ein no sabía que pensar sobre eso. Por un lado le acababan de motivar de una manera excelente, pero, ¿qué tan raro sería atrapar esas moscas con palitos chinos? Además, ¿cómo le ayudaría eso para lograr hacer magia?. Al destapar el frasco tal como dijo la anciana, volaron tres moscas desde el, aunque no se alejaron mucho, y además iban bastante lento. Ein tomó los palitos e intentó atrapar una. En cuanto tomó los palitos, las moscas comenzaron a volar mucho más rápido, y cuando acercaba los palitos le era aún más difícil, pues éstas volaban más velozmente todavía.

Ein vio pasar el día y la noche varias veces mientras intentaba atrapar a las moscas. Intentó concentrarse, pero tampoco funcionaba. A veces, cuando estaba a punto de atrapar a una, estaba casi seguro de que ésta casi desaparecía de lo rápido que volaba. Maya se sentó a su lado y comenzó a tomar un té.

– Tomas muy bien los palitos, Ein. ¿Acostumbrabas a comer comida china en casa?

– Sólo cuando le tocaba cocinar a mi hermano, es un bueno para nada en la cocina – Ein respondió casi jadeando, estaba bastante agitado tratando de atrapar las moscas.

– Sé de lo que hablas. Raúl no puede hacer nada bien, nunca. Lo único que le resulta es jugar con su espadita.

– ¿Raúl es su hermano?

– Sí, aunque él es menor que yo por un minuto y cuarenta segundos. Somos mellizos.

En eso entró Morrison al templo. Venía con una bolsa grande de cuero. Al ver las moscas solo sonrió y se sirvió un té.

– ¿Qué le prometiste si las atrapaba, anciana Maya?

– Deja de llamarme anciana. Le dije que podría ver a uno de sus amigos.

– No deberías decirle mentiras, sobre todo cuando es imposible atrapar a esas moscas.

Ein miró con enfado a Maya. Si era realmente imposible atraparlas, ¿por qué le habría hecho perder el tiempo con eso?. Maya pareció adivinar sus pensamientos. Le quitó los palitos, y con un movimiento muy rápido atrapó a una de las moscas.

– He traído el correo. Por cierto, éstas son para ti, Ein – Morrison sacó de su bolsa dos papeles doblados y se los entregó. Ein reconoció la letra de ambas cartas: eran de Naomi y Blas.

– ¿Desde cuando tenemos correo? – La anciana Maya parecía enfadada.

– Oh, pues… Antonia insistió tanto que Raúl lo permitió.

– Siempre tan débil con las chicas.

– ¿Y yo puedo escribirles a ellos? – Ein estaba emocionado al poder saber de sus amigos.

– Pues, la verdad no. Las reglas dicen que bajo ningún motivo pueden dejar los templos, por lo que decidimos hacer este sistema para que se comuniquen, pero solo lo harán cada dos semanas. Lo que pasó es que yo debería habértelo dicho cuando vine en la tarde, pero olvidé hacerlo; y como Maya tampoco sabía, pues perdiste tu oportunidad. A Ein se le ocurrieron miles de palabras para decirle en ese momento a Morrison, pero mientras éste último iba hablando y disculpándose, también iba retrocediendo, hasta que salió del Templo Rojo y corrió hacia el bus. Maya comenzó a reír. Ein se resignó, ambos salieron a ver como se alejaba el bus rojo.

– Si las reglas dicen que no puedo abandonar el Templo Rojo, ¿como ibas a dejarme ver a mis amigos, Maya?

– Sabía que no podrías hacerlo la primera vez, nunca apuesto a menos que esté segura de que ganaré – dijo Maya mientras reía – Pero el día de hoy no fue una completa pérdida de tiempo. Si no me crees, ve a tocar el identificador nuevamente.

Ein sólo quería leer las cartas de sus amigos, pero fue hacia el identificador y puso su palma sobre él. Nuevamente brilló de color rojo, pero ésta vez un poco más intenso de lo que él recordaba.

– Cuando tu entrenamiento haya terminado, tocarás esta piedra y se volverá roja por completo, no será sólo un resplandor saliendo de ella. Pero debo advertirte, que al ser un mago rojo, debes entrenar el doble; además de magia, debes aprender a usar la espada.


A Ein le emocionó esa idea, ya que siempre había querido aprender esgrima. Quizás esto de convertirse en mago rojo no era tan malo; después de todo, él siempre quiso algún cambio en su vida.

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